En el mes de septiembre se comenzó a emitir por la cadena CBS, el reality
Kid Nation, que se propone como la versión infantil de Survivor o en lo que muchos paises se conoció como Expedición Robinson. El hecho es que para ello han reunido a cuarenta niños de entre 8 y 15 años en una ciudad fantasma de Nuevo México, con el propósito de observar (filmando y emitiendo lo filmado en episodios) cómo los niños construyen por sí mismos una nueva sociedad. Es decir, sin ninguna mediación o intervención de los adultos en el desarrollo de la experiencia, salvo, se supone que seguramente están las intervenciones de la gente de la producción.
El tema en cuestión tiene muchas aristas, como lo tiene cualquier reality, pero además aquí los padres han firmado un contrato por el cual ceden los derechos de la imagen de sus hijos a perpetuidad y se comprometen a no demandar a la CBS si alguno de ellos resulta herido durante la grabación o incluso muere accidentalmente. Dentro de los riesgos considerados también se encuentra la violación o el contagio de sida, posibilidades remotas, pero evidentemente factibles como para haber sido incluidas como cláusulas del contrato. Además se establece la disponibilidad de los niños durante las 24 horas del día y a cambio los señores padres reciben un estipendio de $5,000 para cada familia y $20,000 si el niño asume un papel destacado en el desarrollo del reality.
Esto va mucho más allá de los problemas atinentes a la ley laboral que no permite el trabajo de menores ya que a mi entender aquí se violan muchos principios y derechos de los niños cuando se los vende a cambio de unos cuantos dólares. Situaciones como ésta no hacen otra cosa que transparentar cómo en algunos casos la protección y el cuidado que deben dar los padres está muy lejos de los niños y por el contrario esta posición se acerca más a la perversión donde se los trata como objetos pasibles de comercializar, manipular y exponer. No es de esperar una posición ética o de cuidado por parte de las grandes corporaciones de negocios, pero sí es de esperar que la función paterna proteja y no promueva una experiencia nefasta para la subjetividad.
Esperemos que esto no se convierta en la reedición de
"El señor de las moscas".
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