Hace 40 años que el cantante Palito Ortega componía un hit cuyo éxito arrasó y taladró millones de cabezas. Con música pegadiza y letra pueril, el famoso estribillo que contenía el "ja, ja, ja, ja" proponía el amor como aquello que puede desplegar un buen velo para ocultar lo convulsionado del contexto político y social de esa época. Y me viene el recuerdo de una paciente psiquiátrica que, en esas habituales presentaciones de pacientes a las que asistimos todos aquellos que nos formamos en la clínica, hacia fines de los años ´80 y comienzos de los ´90 explicaba los pensamientos que se le imponían en su cabeza; entre ellos el de que Palito Ortega era presidente de la Argentina. En ese momento todos nos reimos pero poco tiempo después ya no nos causaba tanta gracia semejante idea ya que aquello que en su momento era considerado como una idea delirante pudo haberse hecho realidad unos años después. Entonces me parece interesante situar que aquello que llamamos delirio y que suele asociarse indefectiblemente con la locura es algo que debe relacionarce en realidad con la certeza y no tanto con el contenido de lo que se dice, ya que como es evidente ha habido cantidad de delirios colectivos donde los sujetos no son considerados locos, simplemente porque es algo consensuado socialmente, es decir, un delirio compartido.
La gran diferencia está entonces en que en el caso particular del sujeto que delira y es considerado "loco", aquello que piensa es algo de lo cual no puede dudar, no puede sustraerse y tiene la certeza de que eso le concierne.
En fin, para no ahondar más respecto de lo característico del delirio y volviendo al contexto histórico, conviene recordar que la famosa cancioncilla estalló durante el gobierno de una dictadura donde, entre muchas otras situaciones, vale destacar que los científicos de este país fueron apaleados comenzando allí el éxodo y pérdida de cerebros que hasta el día de hoy viene marcando la historia del desarrollo del conocimiento en Argentina. Digamos que además de la locura y el delirio la palabra que más francamente cabe aquí es la imbecilidad, por supuesto al servicio de un régimen.
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